La belleza de uso

Con el advenimiento de la revolución industrial, la artesanía perdió el espacio de centralidad en la producción de bienes de consumo. A pesar de que la producción industrial masiva fue un proceso inexorable, la enorme rebaja del diferencial coste-beneficio llevó a muchas personas y colectivos a alertar del peligro de este cambio de paradigma, que iba mucho más allá de un cambio productivo y que, de hecho, dio un giro absoluto a las estructuras sociales, urbanas, laborales e, incluso, vecinales y familiares. Recordemos que William Morris, al frente del movimiento Arts & Crafts, ejerció una oposición activa en este nuevo modelo, no por nostalgia del medievalismo, como se ha comentado a menudo, sino para intentar que la clase obrera emergente tuviera condiciones mejores y no se perdieran las redes de ayuda mutua y el apoyo que suponían los gremios de artesanos.

Sin embargo, el discurso de Morris era una excepción. Los nuevos medios de producción reclamaban el monopolio de la producción de los bienes de consumo. Adolf Loos, en su «Ornamento y delito», explica que sin ornamento el artesano no podrá concentrarse en utilizar los mejores materiales para que el producto tenga una vida útil larga, haciendo una asimilación entre ornamento y artesanía. Asimismo, la escuela Bauhaus ha pasado a la historia como aquella que rompió con el pasado y la tradición y, por tanto, ha sido, en muchos casos, un referente para defenestrar la artesanía. Dicho esto, en su manifiesto fundacional, Walter Gropius decía: «No existe una diferencia esencial entre el artista y el artesano».

Desgraciadamente, las lecturas entre torpes e interesadas han hecho que estos alegatos en favor de la artesanía no se tuvieran en cuenta y que la sociedad, creativos incluidos, se lanzara de cabeza hacia la producción en masa, olvidando los saberes y las ventajas de la artesanía. Conocemos los efectos. Es cierto que la sociedad occidental ha conseguido un grado de comodidad inimaginable un siglo antes; la democratización del diseño ha hecho que productos de todo tipo estén disponibles a bajo coste para casi todo el mundo. La otra cara de la moneda es la ingente cantidad de personas en amplias zonas del planeta que no obtienen esos mismos beneficios y, en cambio, sí sufren los efectos secundarios de la globalización: desde la precariedad laboral hasta el cambio climático.

Hoy, más de 200 años después, todo indica que el modelo productivo iniciado con la revolución del carbón, el motor de vapor, el de combustión de combustibles fósiles y todas las posteriores mejoras y avances, hace aguas por todas partes. Ya no podemos cerrar los ojos a los límites del planeta, ni tampoco a las condiciones laborales que la deslocalización ha alejado, pero que siguen siendo obscenas.

Un nuevo paradigma está por llegar, no sabemos aún cómo será, pero todo apunta a que supondrá un cambio social de gran envergadura. Una posible respuesta es la reivindicación de la artesanía como método de producción de objetos domésticos, objetos de uso más allá de la decoración o del disfrute estético. Y esto es así porque esta artesanía «utilitaria» contiene ciertas ventajas: la mejora de las condiciones laborales para el trabajador, el placer del trabajo al producirlas y el respeto hacia el entorno. En este sentido, la relación entre el diseño y la artesanía ha sido quizá el ámbito en que mejores resultados se han obtenido al conseguir sumar, en los casos de éxito, la eficacia del diseño con los saberes de la artesanía.

Aspectos importantes de estos proyectos híbridos de artesanía y diseño son la reducción de materiales y/u objetos, el uso de materias primas de proximidad, los procesos de producción con cero residuos, la alta durabilidad de los productos que envejecen con una gran dignidad y su fácil retorno al ciclo de la economía circular cuando el objeto finaliza su vida útil. Proyectos de proximidad, con sensibilidad hacia los procesos de trabajo, tanto para las personas responsables de la producción como de la gestión ambiental. Asimismo, son proyectos pensados para tener una vida útil larga, tanto en cuanto a su funcionalidad como para no caer en modas transitorias que se conviertan en factores de obsolescencia.

Por una artesanía de uso del siglo XXI

La artesanía y el diseño comparten lo más esencial de cualquier proyecto: la función, y ésta es su razón de ser. Ambos son un medio, no un fin en sí mismos. Están al servicio del usuario y no al contrario. Son herramientas para mejorar nuestra vida, ambos buscan respuestas, soluciones a los problemas de nuestra relación con el entorno y con los demás. Si estamos de acuerdo en este punto, todo se limita a ver qué estrategia es más eficaz para solucionar cada problema y cada necesidad, y en estas carencias incluyo también las emocionales y narrativas.

Sin embargo, en sus diferencias radica el interés de su confluencia. Ambas disciplinas pueden aprender mutuamente de aspectos que pueden suponer una mejora para la otra. En esta ocasión creo que podemos ver los valores que tienen las disciplinas y los procesos, y cómo estos nos pueden ayudar a hacer frente a un futuro incierto pero fascinante: el de la propia existencia de la vida humana sobre el planeta. 

En esta exposición podrá encontrar objetos «normales», o quizás «supernormales», como dice el diseñador Jasper Morrison. Son objetos que no gritan, que nos hablan al oído. Nos dan uso y disfrute estético sin agua de borrajas, de baldosas hidráulicas a botijos, de asientos a lámparas, de interruptores a cafeteras. La belleza radica en su uso, que nos ofrece una experiencia completa sin discernir las sensaciones estéticas del pragmatismo funcional.

Oscar Guayabero

Curador


@